Un estudio sugiere que jóvenes con obesidad y enfermedad hepática grasa no alcohólica, con ingesta de una dieta rica en fructosa, podrían tener mayor probabilidad de desarrollar un daño hepático severo crónico como el de los adultos alcohólicos.
La enfermedad hepática grasa no alcohólica es el padecimiento más común en pacientes pediátricos en occidente, señalan los autores en la versión electrónica del Journal of Hepatology del 14 de febrero. Actualmente esta enfermedad se describe como la «manifestación» hepática del síndrome metabólico.
Para su estudio, el Dr. Valerio Nobili, del Hospital Infantil Bambino Gesù en Roma, Italia, y sus colaboradores, examinaron datos sobre 271 pacientes pediátricos con obesidad, así como adolescentes con enfermedad hepática grasa no alcohólica. Alrededor de 38% (n = 102) presentó daño hepático más extenso, en particular, esteatosis hepática no alcoholica.
Los participantes se sometieron a biopsias hepáticas, a fin de evaluar la acumulación de grasa. El consumo de fructosa se valoró mediante un cuestionario de frecuencia alimentaria y también se midió el ácido úrico sérico.
La hiperuricemia (ácido úrico ≥ 5,9 mg/dl) estuvo presente en 47% de los pacientes con esteatosis hepática no alcohólica, en comparación con 29,7% de los pacientes sin enfermedad hepática (p = 0,003), según los investigadores.
Tanto la concentración de ácido úrico (odds ratio [OR]: 2,48; IC 95%: 1,87 – 2,83; p = 0,004) como el consumo de fructosa (OR: 1,61; IC 95%: 1,25- 1,86; p = 0,001) se asociaron independientemente con esteatosis hepática no alcohólica después de ajustar para los factores de confusión medidos, comentaron los autores del estudio.
El consumo de fructosa también se asoció de manera independiente con hiperuricemia (OR: 2,02; IC 95%: 1,66 – 2,78; p = 0,01). Los adolescentes con esteatosis hepática no alcoholica tenían un mayor consumo promedio de fructosa. Su ingesta mediana era de aproximadamente 70 gramos de fructosa al día. El consumo medio de fructosa en niños y adolescentes sin esteatosis hepática no alcoholica fue de alrededor de 53 gramos al día.
Una limitación del estudio consistió en que se basó en los reportes de los niños y adolescentes, que demuestra su capacidad para recordar con precisión, e informar lo que comían. El estudio tampoco examinó si existía diferencia en los resultados del hígado basados en la cantidad de fructosa obtenidos de frutas enteras, zumos de frutas o bebidas gaseosas.
«Nuestro conocimiento sobre el papel de la fructosa en el hígado graso continúa en evolución», manifestó el Dr. Jeffrey Schwimmer, investigador de la Universidad de California en San Diego, Estados Unidos, y director de la Clínica de Hígado Graso en el Hospital Infantil Rady.
«Consideramos que el impacto de la fructosa de la fruta quizá no es el mismo que la fructosa de las bebidas», expresó mediante un correo electrónico el Dr. Schwimmer, quien no participó en el estudio.
La diferencia en el consumo de fructosa entre los jóvenes con y sin esteatosis hepática no alcohólica en el estudio sería evidente en un vaso de té endulzado o en una bebida gaseosa, pero también podría depender de la cantidad que un niño podría obtener de las peras o las uvas, agregó el investigador.
Asimismo, el Dr. Schwimmer aconseja a los padres «limitar los azúcares añadidos, en tanto se realiza más investigación para entender mejor» la forma en que la fructosa afecta el hígado.